Estados Unidos se une a la desaceleración climática

Las regiones latinoamericanas y europeas llevan una firme trayectoria en cuanto a las energías renovables y sus avances hacia la descarbonización implican multitud de innovaciones tecnológicas, compromisos sociales y políticos y fechas límite para garantizar una transición energética sostenible y realista. Mientras tanto, Estados Unidos en las últimas décadas, no se había tomado el compromiso climático como prioridad. Sin embargo, y en parte fruto de las últimas crisis climáticas que ha sufrido la zona y sus consecuencias, parece que los vientos están cambiando a favor de las energías limpias.

Estos acontecimientos han derivado en una fecha. Para el 2050, la administración actual ha determinado que el 45% de la energía que demanda Estados Unidos ha de ser fotovoltaica. Teniendo en cuenta el tamaño del país y que actualmente solo el 3% de la industria energética es solar, el reto es bastante exigente y va a necesitar de políticas continuistas en las siguientes administraciones.

Esperando que esto se cumpla, el Departamento de Energía (DOE) es bastante optimista asegurando que la región tiene capacidad para multiplicar por 10 su potencial solar, suministrando así el 40% de la demanda energética total. Eso sí, contando con varias reformas en sus políticas ambientales y una fuerte inversión económica calculada en miles de millones de dólares.

Las predicciones para tal transformación en EEUU son bastante buenas y alumbran un aumento del empleo en 1,5 millones de puestos de trabajo  al mismo tiempo que se reducen las emisiones de forma vertiginosa. Además, los fuertes eventos como los apagones de Texas o el huracán Ida, han puesto en evidencia la falta de infraestructura  y protección para las personas, así como los servicios de emergencia que en muchas ocasiones no están preparados para enfrentar catástrofes de gran magnitud.

Estos acontecimientos que acaban convirtiéndose en crisis humanas y comprometen la seguridad de las personas, solo pueden atajarse con reformas integrales de los sistemas energéticos deficientes y obsoletos, y además de con políticas socialmente responsables que fomenten la desaceleración del cambio climático.

La comunidad científica estadounidense siempre fue firme en atajar las problemáticas derivadas de las malas acciones políticas, que pasaban por alto el cambio climático. Pusieron la voz de alarma en la necesidad inminente del país, de poner como fecha límite el 2050 para lograr la neutralidad de las emisiones. En otras palabras, permitir solamente las emisiones que los ecosistemas naturales pueden procesar y eliminar impidiendo que se acumulen en el planeta.

El costo cada vez menor de las renovables, la versatilidad de la energía solar y las innovaciones en materia tecnológica están impulsando que países como EEUU con un volumen tan importante de emisiones de gases de efecto invernadero, puedan cambiar su realidad en 15 o 20 años. Pero que suceda, es una cuestión más de voluntad y compromiso que de economía o tiempo. Aunque las iniciativas medioambientales de la administración actual van orientadas a la mejora de la salud del planeta, habrá que esperar para ver si pueden hacerse realidad.

Reducir el impacto de los eventos climáticos en las poblaciones (normalmente las más afectadas son las más vulnerables), debería ser una prioridad para todos, pero especialmente para los países que ya tienen la figura de refugiados climáticos, personas que han tenido que desplazarse porque el cambio en las condiciones del clima no permite el desarrollo de la vida humana tal como estaba establecida en la zona.

Pero siendo optimistas, la realidad es que cada vez hay más elementos que mejoran las ciudades inteligentes y nos ayudan a contaminar menos,  la industria está cambiando a un modelo circular de bienes más duraderos  y energías limpias, y en general las nuevas generaciones tienen una conciencia de base y adquirida sobre el desarrollo sostenible.