El aumento del calentamiento global ya lo auguraron hace tres décadas. El científico de la NASA, James Hansen, lanzó una advertencia histórica al Congreso de Estados Unidos. En ella advertía que la Tierra estaba destinada a experimentar un calentamiento de 2,7 °C para el año 2100. En aquel momento, estas cifras parecían futuristas, pero ahora, con el planeta ya 1,2 °C más cálido desde la Revolución Industrial, sus pronósticos resuenan con urgencia.
El Acuerdo de París se acordó entre los 196 países reunidos controlar el aumento de la temperatura global. En la última Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climática celebrada recientemente en Dubai, COP28, se anticipó que los participantes informarán sobre el avance logrado hacia la consecución de estos objetivos.
La idea de limitar el calentamiento a dos grados se remonta a 1970. Cuando el economista William Nordhaus aseguró que dos grados llevarían al clima más allá de los límites de la experiencia humana.
Un informe elaborado en 2018 del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) revela que la diferencia entre 1,5 °C y dos grados sería devastadora. Incluyendo la pérdida del hielo marino del Ártico, más eventos climáticos extremos y mayores niveles de extinción.
Además, produciría cambios en los patrones de cultivo, reduciendo la productividad agrícola y aumentar la frecuencia de eventos climáticos extremos. Comprometiendo la seguridad alimentaria global. Por su parte, el aumento de la temperatura tendría impactos negativos en la salud humana, como la propagación de enfermedades transmitidas por vectores, el aumento de las enfermedades relacionadas con el calor y la alteración de los sistemas de suministro de agua potable.
Aunque algunos cuestionan la viabilidad de estos objetivos, se puede destacar que ya estamos experimentando consecuencias devastadoras con un calentamiento de 1,2 °C. Los lugares se calientan a ritmos diferentes, lo que hace que los objetivos sean cruciales para países en riesgo, como los estados insulares del Pacífico.
En este contexto, la necesidad de acciones globales coordinadas y significativas se vuelve aún más evidente. Si bien las consecuencias del calentamiento global son innegables, también lo es la capacidad de la humanidad para generar un cambio significativo. La transición hacia un futuro sostenible no solo es posible, sino esencial para preservar nuestro planeta para las generaciones futuras. En la encrucijada del cambio climático, las energías renovables y nuestro compromiso colectivo se presentan como las herramientas más poderosas para moldear un mañana más saludable y equitativo. La responsabilidad es nuestra, y la oportunidad para un cambio positivo está a nuestro alcance.