Los ciberataques globales tendrán consecuencias parecidas al covid

La crisis del Covid-19 está dejando aprendizajes en multitud de sectores además del de la salud. Nos está obligando a nuestra forma de trabajar y relacionarnos alzando el valor de las conexiones digitales reinventar y las telecomunicaciones. Pero también nos advierte de los riesgos de depender de un solo sistema para desarrollar nuestras actividades tanto laborales como cotidianas.

Una vez comprobado que el mundo es vulnerable a posibles ataques y pandemias, no hay que olvidar la importancia de la ciberseguridad. Un ciberataque en un momento en el que la dependencia tecnológica es cada día más evidente, podría causar estragos muy importantes a nivel social y económico.

Teniendo en cuenta que el paradigma no va a retroceder y que solo queda adaptarse a las nuevas realidades, que son muchas, hay que asumir que la vida no volverá a ser como antes. Las restricciones sanitarias, los bloqueos y los controles de movilidad forman parte de la realidad que se está por normalizar. En este escenario, el Foro Económico Mundial advierte que esto no es más que la punta del iceberg y que no solo vendrán otras pandemias víricas, sino también ciberpandemias que provocarán cambios parecidos al de las enfermedades al menos en cuestiones económicas.

Para comenzar un protocolo de protección, la misma institución advierte que se deben adaptar los aprendizajes del Covid-19 al entorno digital. Afirman que un ciberataque con la misma capacidad de expansión que el virus se propagaría muchísimo más rápido que cualquier enfermedad. Y es que si la tasa de reproducción del coronavirus está entre dos y tres sin distanciamiento social (lo que significa que cada persona infectada contagia a dos o tres individuos más), la de los ataques cibernéticos ronda los 27 (cada dispositivo infectado podría infectar 27 o más dispositivos).

Así lo demostró por ejemplo el gusano Slammer/Saphire en el año 2003, que duplicaba su tamaño cada 8,5 segundos logrando propagarse por 10.8 millones de dispositivos en un solo día. Otro ejemplo podría ser el ataque WannaCry ya en 2017 que consiguió paralizar nada menos que 200 mil computadoras de 150 países. Este tipo de ataques de autopropagación utilizan técnicas como los llamados exploits de día cero (ciberataques realizados el mismo día en que se descubre una brecha en la vulnerabilidad de un software antes de que el creador ponga a disposición una solución) para las que aún no se tienen soluciones específicas.

Dado que este tipo de infecciones no se descubren en el acto, se estima que un ataque en una red social por ejemplo con 2.000 millones de usuarios y una tasa de reproducción del virus de 20, en tan solo 5 días podría infectar más de 1.000 millones de dispositivos. Un cierre digital globalizado de esta magnitud provocaría un impacto económico igual o mayor que la crisis del coronavirus. Si para evitar la propagación exponencial se desconectaran completamente todos los dispositivos con riesgo y vulnerabilidad, el mundo podría quedar bloqueado cibernéticamente hasta encontrar una solución a este problema, pausando las comunicaciones comerciales y las transferencias de todo tipo de datos con lo que todo eso conlleva. El resultado augura una pérdida de 50 mil millones por día sin conexión a internet.

De hecho, no son todo suposiciones en este tipo de situaciones. Durante los incendios forestales de este mismo año en Australia se experimentaron cortes energéticos y daños a las infraestructuras de telefonía móvil e internet que obligaron a la población a comunicarse con radios FM de baterías. Pero esta no es una solución para todos los campos, ni para los países que ya han asumido la transición total a lo digital como Noruega.

Además, en una situación de ataque digital mundial, habría que contar con la reposición de dispositivos, lo que enfrenta un consumo de recursos muy grande tanto como la exigencia de producción. Ante esta situación posiblemente venidera, los países deben prepararse con la lección más importante que está dejando esta pandemia: todos debemos prepararnos para la llegada de un riesgo conocido y anticipado. Para ello la coordinación entre lo público y lo privado a escala mundial es absolutamente necesaria para que no haya el más mínimo retraso en una acción colectiva, pues de lo contario, como ha demostrado el coronavirus, las consecuencias pueden ser significativas.