Vivir entre árboles alarga la vida

Si analizamos la capacidad de resiliencia que tienen los diferentes elementos vivos del planeta para combatir el cambio climático y todos los desafíos que estamos enfrentando en cuestiones ambientales, aunque nos estamos esforzando en igualarla, no somos competencia. Los ecosistemas buscan salidas de emergencia todo el tiempo con la única intención de curar las heridas que inconscientemente provocamos en ese primer intento de desarrollo acelerado. Pero no es tan sencillo. El daño en su máximo exponente comenzó en el siglo XVIII, momento en el que la revolución industrial empezó a polinizar el mundo inundando el viento con grises nubes tóxicas de efectos en ese momento desconocidos.

Ahora, estamos intentando revertir casi tres siglos de continua contaminación, y ni siquiera todos remamos en la misma dirección ya que las políticas ambientales no funcionan igual en todos los rincones del globo. Pero es cierto que nuestra responsabilidad empresarial y como consumidores, nos obliga a transformar el mundo en un lugar mejor y más habitable como hace la propia naturaleza. Diferentes estudios están demostrando cómo la modificación de los espacios verdes en el mundo está siendo cómplice de diferentes fenómenos meteorológicos extremos, como los últimos incendios en Australia que se han extendido durante meses.

Según el equipo del World Weather Attribution, las consecuencias del calentamiento global aumentan como mínimo un 30% las probabilidades de que el territorio australiano sufra incendios de magnitudes como las vividas recientemente.

Pero no son hechos aislados. Según diferentes publicaciones en la revista Nature, se están llevando a cabo multitud de estudios para ver el impacto del Co2 en el crecimiento de los árboles en zonas selváticas y cómo este fenómeno influye en las catástrofes ambientales.

La gran mayoría de los estudios sobre cambio climático contaban con los árboles de las selvas como principales aliados para disminuir el dióxido de carbono en la atmósfera, ya que lo convierten mediante la fotosíntesis en biomasa, pero según estos seguimientos, las selvas del Amazonas y de Centroáfrica, llegaron a su pico como sumideros de carbono ya en los años 90. Lo que sucede, es que al tener exceso de este gas en el ambiente, los árboles crecen de manera exponencial, pero también implica que envejezcan y mueran más pronto.

Anteriormente se hicieron mediciones que indicaban que estos ecosistemas absorbían hasta una tonelada de carbono por hectárea. En la actualidad, en la selva del Amazonas la vegetación apenas captura entre 0,2 y 0,3 toneladas por año y hectárea, y los bosques africanos algo más del 0,6 en la misma medida. La predicción para el futuro no es muy alentadora. Se calcula que para la década del 2030 los árboles del Amazonas habrán alcanzado su saturación, lo que significa que no van a retirar más dióxido de carbono de la atmósfera del que expulsan.

Estos hechos traen como consecuencias la aceleración del cambio climático por la falta de retención del carbono y la disminución del tiempo de vida de los árboles tropicales. Es una mala noticia porque un tercio del Co2 emitido al ambiente era absorbido por estos ecosistemas que están al borde de la saturación, por lo que las medidas preventivas para limpiar la atmósfera que contaban con estos filtros, han dejado de ser válidas obligando a los investigadores a buscar con rapidez otras alternativas, según la investigadora de la Universidad de Nueva York Aida Cuní, quien asegura que tendremos que dejar de contar con que las plantas continuarán tomando Co2 de la atmósfera durante varias décadas debido a la saturación.

Cuní declaraba duramente que “la tasa de fotosíntesis es más rápida pero tiene un límite fisiológico que ya estamos superando. En la selva amazónica se alcanzó hace 15 años y en la africana ya lo alcanzamos en 2012”.

Afortunadamente las generaciones actuales somos conscientes de este problema. Se están poniendo en valor los beneficios de contar con vegetación y árboles no sólo en las selvas, sino también en los entornos humanos, lo que apunta a un cambio de conciencia social y por tanto de paradigma. Un ejemplo de esto es el resultado de los estudios de Mark Nieuwenhuijsen, director de la Iniciativa de Planificación Urbana, Medio Ambiente y Salud del Instituto de Salud Global de Barcelona.

En los hallazgos publicados en la revista The Lancet Planetary Health, se asegura que hay una relación entre el aumento de las áreas verdes con la reducción de la mortalidad prematura. El director asegura que contar con espacios naturales en el entorno urbano beneficia no solo la salud mental, sino que reduce el estrés, la contaminación y fomenta la actividad física. También se puede entender que los residentes en vecindarios con árboles tienden a vivir más. El estudio se ha basado en una muestra de más de ocho millones de personas en siete países distintos, lo que augura posibles cambios en las futuras políticas urbanismo.